martes, 3 de abril de 2007

Ponencia de Juan Pablo Oyarzún (Exponente del 1º coloquio de estudiantes)

LA HUMANIDAD DE LA CIENCIA

JUAN PABLO OYARZÚN

Quizás el título que reza esta ponencia (“La humanidad de la ciencia”) no sea el adecuado si nos ponemos estrictos y rigurosos, y más aun, si nos ponemos marxistas; pues la humanidad de la ciencia puede ser entendida como esa parte, ya sea mayor o menos, de la ciencia, que podría ser tanto como los ojos de la cara o el pelo de la cabeza; consideraciones éstas válidas, sin duda, pero erróneas si las llevamos a la ciencia. Un todo puede estar constituido de partes, y la manera de referir esa parte al todo, en el lenguaje, es a través del genitivo. Nos vemos entonces obligados a poner las cosas en su lugar, es decir, a interpretar de manera adecuada lo que queremos decir con la humanidad de la ciencia. Pues, si la humanidad o lo humano es una parte de la ciencia ¿qué queremos decir con ciencia si le quitamos a ésta su humanidad? No queremos decir más que objetivización intelectual alienada o independencia del producto con respecto a su trabajador, es decir, a los científicos. Luego, con el título “La humanidad de la ciencia”, no quiero decir que la humanidad sea una parte de la ciencia, sino más bien que ésta es, en su totalidad, humana, y que como todo producto humano depende de sus condiciones histórico-económicas. Son algunas de estas condiciones las que pretendo mostrar a continuación.

Podríamos hablar de ciencia, pura ciencia, como también de filosofía, pura filosofía, de la definición de sus conceptos, o de la valides o invalides de ellos con respecto a su base que los fundamenta. Criticaríamos las bases sobre las que se erige una teoría en función de nuestro propio criterio teórico. Teoría contra teoría, pensamiento contra pensamiento: así se mueve, nos dicen muchos, las disciplinas teóricas. Como si ese gran debate se levantara por sobre la historia de los hombres ¿o es que alguien, nos dicen ellos, puede reconocer historia en el teorema de Pitágoras? Es evidente que entre la igualdad de la suma de los catetos al cuadrado y la hipotenusa al cuadrado no hay una pizca de contenido histórico, pero también es evidente que toda producción, ya sea intelectual como material, está sujeta a ciertas condiciones históricas de posibilidad, y que esa producción no fue producida meramente por el pensamiento puro, sino que ese pensamiento es producto de un hombre físico e históricamente determinado ¿podríamos preguntar por qué el tal Pitágoras fue griego y no, en cambio, africano? Incluso podríamos preguntar ¿qué sentido tiene para un africano saber las medidas de un triángulo rectángulo? Mas, podrían decirnos que, aun teniendo esto, tal teorema es a-histórico, pues pertenece sólo al ámbito del pensar. Pero ¿Qué quiere decir esto? ¿Quiere decir que el pensamiento se mueve por sobre nuestras cabezas? ¿Qué existe esa línea entre hombre y pensar, hombre y razonar? El pensamiento no es otra cosa que pensar, es decir, no es más que un verbo que debe ser ejercido por un individuo. No hay teorema de Pitágoras si no hay individuo que lo ejercite, como tampoco hay filosofía sin filósofo que piense. No se trata de si tal o cual concepto guarda aires de universalidad (cosa que por lo demás es muy discutible), sino de que el sólo tener en cuenta ese concepto es un ejercicio de un hombre concreto de carne y hueso. Sin hombre no hay mundo (al menos en su sentido ontológico), como también sin hombre no hay ciencia ni nada. Incluso habiendo hombre puede darse el caso de no haber ciencia en la medida en que no se sea instruido científicamente, o en la simple medida en que los textos científico materiales sean eliminados. La ciencia depende de tantas circunstancias humanas que sería ridículo atribuirle alguna independencia, más aun, si quien lo hace es un humano.

Por lo tanto no es tanto de ideas o de cuestiones teóricas donde pretendo entrar en discusión, sino en su aspecto material, de la gente que pone en ejercicio la cuestión de la ciencia (ejercicio que es el único que permite realizar la ciencia, es decir, que permite que ella sea), de los intereses que hay detrás, de sus funciones y, por último, de su rol en todo el aparato del poder. Cuestión esta última que permite explicar en gran medida, ya sea directa o indirectamente, todas las demás.

Una de las cuestiones esenciales que nos revela el pensamiento de Marx es que todo individuo está inmerso en un paisaje histórico-epocal. Situación que no se explica, en ningún caso, como el desarrollo, en sus diferentes fases, del pensamiento. Este modo de ver la historia toma como elementos constitutivos y motor de la historia, elementos tales como la filosofía, la religión o, incluso, el desarrollo de la razón, y no la producción real del hombre en las mismas épocas donde se dan tales conceptos. Marx, en la ideología alemana ejemplifica esto diciendo “y así, cuando la forma tosca con que se presenta la división del trabajo entre los hindúes y los egipcios provoca en estos pueblos el régimen de castas propio de su estado y de su religión, el historiador cree que el régimen de castas fue la fuerza que engendró aquella tosca forma social”[1]. Lo que se tiende a ver, nos dice Marx, son los productos que han emergido de esa división del trabajo propia de una determinada época. Productos que son absolutizados como esfera independiente, en el sentido de ser principios, y que a partir de ellos se desarrolla o se estructura el mundo tal cual lo conocemos; en otras palabras, toma el efecto como causa. De esta manera podemos ver el proceso de la revolución francesa de dos modos muy distintos; a saber A) o como el quiebre con las antiguas ataduras a las estratificaciones teológicas, y por consiguiente, el triunfo de la razón y de la libertad; o B) como el quiebre con las antiguas relaciones de producción efectuados por el avance de las fuerzas productivas, en otras palabras, el triunfo de la burguesía (la nueva clase dominante). La primera forma de ver este hecho histórico no reconoce al segundo, como sí el segundo explica al primero. El primero toma dos ideas que, al parecer, carecen de todo interés. Pero ¿qué entendemos por racional y por libertad? ¿Acaso un mundo de igualdad, de convivencia plena y de fraternidad entre los hombres? Cabría preguntar ¿quién enuncia tal discurso? Y más aun ¿de dónde lo enuncia? Es evidente que tal discurso no proviene ni del Papa ni de cualquier rey de la época, sino de la nueva clase emergente: la burguesía. Clase que necesita asegurarse la tenencia de la propiedad privada, es decir, la libertad de la propiedad privada y del libre flujo del capital. Todo esto asegurado bajo la forma racional del estado institucional. Las leyes y los derechos son, entonces, leyes racionales y derechos racionales que aseguran la tenencia de los medios de producción. Y todo intento de infringirlos es, por tanto, considerado como irracional, y como tal, debe ser penado, es decir, eliminado sea como sea.

El estado, entonces, desde el punto de vista de la idea, es la institución que asegura la libertad de los hombres bajo la violencia racional: una libertad de se traduce en libre mercado.

Todas las ideas son manifestaciones de las relaciones que se establecen entre los hombres. Los conceptos religiosos, filosóficos y, lo más importante, el sentido común, son producto de las contradicciones que existen entre los hombres, de las clases antagónicas: dominantes y dominados. Después de una revolución, donde en un principio puede haber un interés común, a saber, el derrotar a la clase antigua dominante, posteriormente las diferencias de clases se agudizan. Marx nos dice “la clase revolucionaria aparece en un principio, ya por el sólo hecho de contraponerse a una clase, no como clase, sino como representante de toda la sociedad, como toda la masa de la sociedad, frente a la clase única, a la clase dominante. Y puede hacerlo así, porque en los comienzos su interés se armoniza realmente todavía más o menos como el interés común de todas las demás clases no dominantes y, bajo la opresión de las relaciones existentes, no ha podido desarrollarse aun como el interés específico de una clase especial.”[2]. Cuando las clases han agudizado su interés y la nueva clase dominante se reafirma como lo que es y, de este modo, las contradicciones entre los intereses de clases se concretizan; se hace más notorio cómo las nuevas ideas son el reflejo de los interese de la nueva clase dominante. Cuestiones como la “esencia”, la “esencia del hombre”, la “verdad”, etc. No son más que el producto ideológico de una determinada clase, y nunca, el resultado genial del pensamiento, o el triunfo de la razón. Cabe agregar que estas ideas que surgen de las relaciones entre los hombres, tiene un trasfondo aun más originario, pues, ese mismo modo que los hombres tienen de relacionarse entre sí, tampoco es caído del cielo y establecido por una suerte de conciencia maldadosa de los opresores contra los oprimidos, algo así como una “conspiración” de clases. Es, por el contrario, el resultado de cómo los hombres producen y transforman la naturaleza, es decir, el resultado de las fuerzas productivas. Estas fuerzas productivas son la base sobre la que se erige toda la súper-estructura ideológica.

El hecho es que los hombres, tal como Marx nos indica, incluso para los que pertenecen a la clase dominante (de la época que sea), no tienen conciencia de las fuerzas productivas, de que éstas son su resultado de procesos históricos anteriores. Marx apropósito de esto nos dice “la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la cooperación de los diferentes individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino espontánea, no como un poder propio sino como un poder ajeno (…) que recorre (…) una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y de los actos de los hombres, y que incluso dirige esta voluntad y estos actos”[3]. Podemos decir, entonces, que el hombre desde que comenzó a producir sus propios medios de subsistencia, ha vivido atado al flujo incesante de sus propias fuerzas productivas. Fuerzas que han impuesto la relación alienada del hombre, esto es, la división del trabajo y su consiguiente división social entre opresores y oprimidos. Por lo tanto, toda interpretación ontológica, por más precisa y exacta que ésta sea, no hace más que constatar las contradicciones del mundo. Siguiendo a Marx, podemos decir que no se trata tanto de poner el “ser” en relación con su “esencia”, o, más contemporáneamente, pensar el ser en su diferencia con los entes; sino más bien de cambiar y combatir este Ser, en otras palabras, una rebeldía frente al Ser.

Dicho todo esto podemos preguntar ¿quién es el realizador de la ciencia, aquel que hace que ésta surja y se manifieste entre los hombres? ¿Quién es el hombre científico?

Como hemos visto anteriormente, todo lo que se le presenta al hombre, para que se realice, es decir, para que sea, está determinado por las condiciones de posibilidad del contexto o base histórica en que ese mismo hombre está, y no por una suerte de sujeto puro pensante a-temporal. Según lo dicho, es imposible que un texto como la Crítica de la razón pura de Kant sea pensable en la antigua Grecia, o la Fenomenología del espíritu de Hegel en la época feudal. El hombre piensa históricamente, y su posibilidad histórica no está determinada por fuerzas ocultas o por los caprichos del Ser, pues, si fuera por sus caprichos, no tendríamos más que decir que el Ser tiene aires de empresario, cosa bastante absurda y carente de sentido. En cambio, podemos decir, que la posibilidad histórica del pensamiento está determinado por los interese de la clase dominante, que a su vez están determinadas por las fuerzas productivas desarrolladas ¿o es que, acaso, a toda la clase sacerdotal y las demás clases dominantes de la época feudal, toda su estructura rígida, fundamentada por mandato divino del propio dios, les convenía una pizca de conocimiento? Antes bien era acusado de hereje y quemado en la hoguera ¿podía acaso un siervo de la gleba pensar en igualdad frente a su señor o frente al clero? Evidentemente no. Los intelectuales, podemos decir, incluidos los científicos, que están supeditados al interés de la clase dominante, en otras palabras, se puede pensar todo mientras no se entre en contradicción con estos intereses. Con esto no quiero decir que el resultado de la investigación científica esté determinado por estos intereses, sino que el llevarse a cabo es lo que estos interese posibilitan: toda la carrera espacial del hombre llevada a cabo en los años sesenta, todo su coraje y su fuerza, no pudo nunca haber ocurrido (al menos con tal intensidad) sin la gran puesta en escena de grandes sumas capitales ofrecidos por las autoridades de la época. La carrera espacial es la demostración de una lucha ideológica plena, y no una mera investigación científica.

Este ejemplo me permite llegar a la cuestión fundamental de la ciencia que en un principio me propuse: el ver las condiciones materiales que permiten hacer ciencia y su relación con el poder. El poder es siempre esa llave posibilitadora, siempre terco y violento. Su manifestación no es sólo a nivel de esta superestructura jurídica y política, sino en todas las distintas disciplinas que se rigen por una cierta cantidad de reglas. Los axiomas de una ciencia son más que meros axiomas, son, como dice Foucault “reglas de una “policía” discursiva que se debe reactivar en cada uno de sus discursos”[4]. Que los científicos y, en general, la mayoría de las personas, piensen que la ciencia es acumulativa en sus conocimientos, y que desde el momento en que se originó no ha cesado de reunir verdades, es una demostración de esa mágica visión totalizadora del discurso científico actual, de ese poder discursivo. Kuhn, que es un historiador de las ciencias, nos dice “cuando una comunidad científica repudia un paradigma anterior, renuncia, al mismo tiempo (…) a la mayoría de los libros y artículos en que se incluye dicho paradigma. La educación científica no utiliza ningún equivalente al museo de arte o a la biblioteca de libros clásicos, y el resultado es una distorsión, a veces muy drástica de la percepción que tiene el científico del pasado de su disciplina”[5].

Preguntamos entonces ¿Cuáles son las condiciones para hacer ciencia? Las ciencias se desarrollan por pensar de los hombres y por sus capacidades intelectuales, pero a esto debemos agregarle los materiales que permiten el desarrollo de la investigación científica. ¿Qué sería de un astrónomo sin un telescopio por el cual fijar la mirada en el basto universo o de un biólogo sin su microscopio? El avance y el desarrollo de las ciencias depende de las condiciones materiales que están en manos de los científicos, sin los cuales, por muy capacitados y preparados que estén, éstos no pueden investigar o poner en práctica lo que simplemente es una hipótesis. Sin instrumentos no podemos poner en práctica lo que creemos. La hipótesis se queda con ese revestimiento universal, pura forma válida. Recordemos que para que una hipótesis salga de su capullo formal, no solo debe pasar la prueba de la demostración, sino también el de la verificación. La contrastación con la realidad es la prueba final y declaratoria la verdad de una hipótesis. Falsear una hipótesis, dicho en los términos de Popper, depende de una práctica empírica, y es esta práctica empírica la que necesita de instrumentos técnicos.

Lo que la mayoría de la gente olvida, es que esos instrumentos técnicos requeridos no caen del cielo: cada pieza de un instrumento está compuesta de materia prima que debe ser trabajada y elaborada por técnicos y obreros, es decir, es desarrollada por la industria. Marx, refiriéndose a Feuerbach, nos dice algo: “Feuerbach habla especialmente de la contemplación de la naturaleza por la ciencia, cita misterios que sólo se revelan a los ojos del físico y el químico, pero ¿qué sería de las ciencias naturales, a no ser por la industria y el comercio? Incluso estas ciencias naturales “puras” sólo adquieren su fin como su material, solamente gracias al comercio y a la industria, gracias a la actividad sensoria de los hombres”[6]. Lo que Marx nos dice en este texto es que no se puede tomar a las ciencias como disciplinas aisladas, pues, no es sólo el amor de unos hombres al saber científico lo que la hace posible, también, y en mayor grado, lo que le da sus sustento y base real, son los aparatos tecnológicos brindados por la industria, o mejor dicho, brindados por el interés del capitalista moderno.

No pensemos que se hace ciencia para escribir libros de ciencia, para rellenar algunos estantes de bibliotecas. En el transcurso de una investigación científica, la suma de dinero que se gasta es abismal, y ese capital, que muchas veces no rinde frutos, no puede ser entregado para un comercio tan pequeño como los libros: el simple conocimiento. La inversión, en la investigación científica, es movida por intereses mucho mayores, pues, el conocimiento científico es aplicado, y sirve, sin duda, a la creación de aparatos tecnológicos y otras ramas.

Por lo tanto, podemos decir que, la investigación científica es llevada a cabo gracias al material tecnológico disponible, que son aparatos concretos y reales, y que son propiedad privada. Además, el producto de la investigación científica, es decir, el conocimiento científico adquirido, es la base para el avance tecnológico, y este avance se traduce en el avance de las fuerzas productivas para los requerimientos del mercado mundial.

Visto desde este punto de vista ¿en que se ha transformado la ciencia? Sin duda en un medio de producción, pues, su producción se traduce en el incremento del capital, como también, su puesta en marcha. Este circulo muestra que las ciencias sólo pueden darse en las economías desarrolladas.

Que la ciencia sea considerada como un medio de producción, y no, como se suele pensar, como un conocimiento divino que nos puede llevar a la salvación, es el hecho que su avance no implica una mejora en la vida social de la humanidad. Como medio de producción capitalista sólo le incumbe la producción, tras ella continúan las contradicciones de clase, y trabajo alienado y la explotación. Si no es así ¿cómo explicar, entonces, que mientras el hombre explora el universo, descubre sus misterios y desarrolla aparatos maravillosos, siga existiendo un problema tan elemental y básico como abastecer de alimentos a la población? La simple muerte por inanición demuestra el contraste sobre el que se erige el avance científico.



[1] Marx, Karl. Y Engels, Federico. La ideología alemana en Obras escogidas Vol. 1. Edit. Progreso. 1986. Moscú (URSS). Pag. 41.

[2] Ibid. Pag. 47.

[3] Ibid. Pag. 33.

[4] Foucault, Michel. El orden del discurso. Edit. Fábula. Barcelona. España. Pág. 38.

[5] Kuhn, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas. Edit. Fondo de cultura económica. Santiago. Chile. Pág. 257.

[6] Marx, Karl. Y Engels, Federico. Op. cit. Pág. 25.

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