miércoles, 18 de julio de 2007

Ponencia de Cristóbal Vallejos. (Ponencista 2º Coloquio de Estudiantes)

El recurso a Marx (recordando a Marx en sus olvidos).

Cristóbal Vallejos Fabres
Facultad de Artes.
Universidad de Chile.


Conocidos y explotados (y en ocasiones podríamos decir que sobre-explotados) son los análisis materialistas de las condiciones de producción que determinan, a su vez, las condiciones de existencia de los sujetos al interior de una determinada sociedad. No nos encaminaremos por dicha senda, la que, emergiendo como allanada en términos de investigación, presupone una aceptación casi generalizada, unas seguridades receptivas de carácter aprobativo, que éste escrito no pretende correr. A riesgo de ser considerado como in-esencial, este desarrollo recorrerá el camino, de algún modo obviado por la teoría marxista clásica[1]. El sendero por el cual transitaremos, se ubicaría así, sin lugar a dudas, en la superestructura de la sociedad, la constituida por la filosofía, la literatura, las ciencias cognitivas y las humanidades en general, como así también por el arte. Y es, desde éste último terreno desde donde me gustaría comenzar a desplazar, cuidadosamente, parte de los enunciados marxianos, apoyándome para esto, en la corriente de pensamiento continuadora de dicha tradición marxista.
De este modo, nos enfocamos en el segmento de la sociedad que comúnmente se establece como depositario de los cambios, que en la estructura económica suceden, obviando, el hecho cierto, de que en parte importante contribuyen a la mantención y reproducción del orden social establecido, que rige hoy por hoy, es decir, los lineamientos conductuales y los mecanismos representacionales emanados -de algo así como- la clase dominante. Lo que sigue entonces, es la presentación de como el capital[2], y con ello el orden y relaciones sociales que su predominancia impone, no basa todo su poder en la naturaleza material que él presenta (relaciones de explotación de clase); sino, que la dominación capitalista, abarca muchos más planos que el meramente económico. Su poder se basa en otros elementos que rebasan con creces el factor atribuido al capital económico. La imbricación de los condicionamientos materiales y simbólicos al interior de la sociedad lleva, de éste modo, a la renovación de los lineamientos investigativos, que las ciencias humanistas y, en especial la ciencia sociológica, han heredado de la tradición de pensamiento marxista:
“Cuando la sociología de la cultura -plantea García Canclini- muestra como se complementan la desigualdad económica y la cultural, la explotación material y la legitimación simbólica, lleva el desenmascaramiento iniciado por Marx a nuevas consecuencias”[3].

Son precisamente esas nuevas consecuencias las que se buscan exponer brevemente acá.

Del capital al capital simbólico. Tránsito: De la violencia económica a la violencia simbólica.
De Smith a Marx. De la explotación encubierta a la explotación develada. De lo innombrable al capital señalado. De la “irracionalidad” natural, a la “racionalidad” naturalizada. De la teoría de los explotadores a la teoría de los explotados que resisten.
El capital como base de la dominación capitalista, ha sido evidenciado por Marx como el elemento enajenador e inhumanizante por antonomasia. Enajenador puesto que el hombre, deja olvidado su ser en la actividad parcializada de la manufactura productiva capitalista. Que olvide su ser, presupone una escisión dolorosa entre trabajador y ser humano, donde el primero se anuncia como una fantasmagórica presentación del segundo; donde el segundo se diluye en la actividad (des)humanizada del primero. Las relaciones impuestas por el capital, su acumulación y reproducción incesante, así como también su circulación infinita, son relaciones que una vez se basaron en la estructura socio-política del siervo y el esclavo, y que han llegado a establecerse como relación de explotación entre capitalista y proletario.
Más de cien años han transcurrido desde el capital descubrimiento marxista: la exposición del sustrato explotador de las relaciones sociales que empuja el capitalismo. Desde ese tiempo hasta el nuestro, este capitalismo ha extendido sus límites de tal forma, que ya no reconoce frontera alguna, y siguiendo a Antonio Negri[4], podemos hablar de un capitalismo a nivel planetario.
Lo que intento plantear es la transposición, el tránsito, desde el concepto de capital (en su ascendencia marxista clásica, es decir la preocupada del carácter relacional con respecto a la arista económica) al concepto de capital simbólico, enfatizando, la relevancia que ambos términos contienen, a saber: que tanto el capital económico, como el capital simbólico, son elementos que ayudan a comprender (en su análisis marxista) lo que se juega con la posesión de cada uno de ellos: de todos modos algo distinto a ellos mismos, algo normalmente denominado como la naturaleza de las relaciones sociales.
El concepto de capital utilizado por Marx, se presenta como el detonante del análisis “teórico”, acerca de las sociedades y las relaciones, tanto de producción de los propios mecanismos que sirven al proceso productivo (producción de herramientas de producción), como también de las relaciones de reproducción que constituyen la repetición y aseguramiento en el tiempo, de unas formas de relacionarse los individuos entre sí. No es mi intención elaborar un exhaustivo análisis del concepto de capital tan arduamente desplegado por Marx; pretendo detenerme, en el concepto de capital simbólico. El capital simbólico, emerge desde esta particular perspectiva, como continuación de los procesos de sujeción detonados por la aparición del capital, en nuestras sociedades.
Si por un lado, tenemos el capital económico, con sus injerencias en la forma de vivir la vida, por otro tenemos el capital simbólico, con su injerencia en la forma de ver la vida que se vive. Si con el capital económico, nos exponemos a sufrir los efectos de la violencia económica (pobreza al menos en el sentido material del término), con el capital simbólico somos asaltados, tomados de improviso, y lo que es más grave, sin siquiera percibirlo, por la violencia simbólica. Si la adquisición de capital económico puede ser evidenciada, por la ostentación y el lujo, como así también por el establecimiento de condiciones favorables para la reproducción y aumentación de la riqueza del dinero, el capital simbólico, por el contrario, es exhibido a condición del establecimiento de una distancia respecto al capital económico: el capital simbólico, su adquisición y conveniente empleo, se da a conocer en esos ´pequeños detalles`, los cuales con inusitada relevancia, encubren y opacan la posesión de cierto capital económico. Así la única forma de mostrar el capital simbólico, coincide con el encubrimiento de la ostentación mostrativa del capital económico. Creo pertinente, antes de continuar ceder la palabra al propio Bourdieu, para aclarar las dudas que pudieran quedar referente a la violencia simbólica: “La violencia simbólica es esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas expectativas colectivas, en unas creencias socialmente inculcadas”[5]. Este capital simbólico “puede ser una propiedad cualquiera, fuerza física, riqueza, valor guerrero, que, percibida por unos agentes sociales dotados de las categorías de percepción y valoración que permiten percibirla, conocerla y reconocerla, se vuelve simbólicamente eficiente, como una verdadera fuerza mágica”[6]. En la invisibilidad de la violencia simbólica, se fraguan voluntariamente las sumisiones que no se consideran como tales: el acto violento, es tomado como acto legítimo, el cual dividiendo, por ejemplo a las clases según grados de distinción social, logra la aceptación generalizada a fuerza de constituirse como acto de separación ´natural`.

Estado capitalista y monopolio de la violencia simbólica.
Si seguimos el curso a la exposición althusseriana en Ideología y aparatos ideológicos del estado, veremos como la propia escena ideológica, se mancomuna con la escena que contiene las actividades, que en un primer momento, inciden de manera directa en la producción, tanto de las formas establecidas de producción, como así también las relaciones sociales en que se reproducen[7]. La ideología, según Althusser, es un aparato del estado, el cual al no ser reconocido como tal, desde el análisis marxista clásico, aparece como instancia inesencial y mistificadora, de los procesos productivos que determinarían, en última instancia, el devenir social e histórico de una sociedad determinada. La ideología del estado, según la “teoría” marxista-leninista, se presenta como aparato del estado: su función es contribuir como fuerza de ejecución e intervención represiva, al servicio de las clases dominantes, al interior de la lucha de clases desarrollada por la burguesía y sus aliados contra el proletariado. Desde esta perspectiva, el aparato del estado, evidencia el poder destructor y represor que lo constituye en cuanto tal. Debemos distinguir, sin embrago, entre aparato del estado y poder del estado: este último, es el que se aspira a conquistar, mediante acciones revolucionarias que aseguren a una clase determinada (la burguesa en un momento, la proletaria en otro) o a una alianza o fracción de clases, el poder del estado; el aparato del estado puede permanecer, aún habiendo cambiado el escenario de toma de poder, tal como lo apuntaba Lenin en relación a la revolución política y social de 1917. De lo anterior, podemos inferir que, la conquista del poder del estado, se fundamenta en vista de la destrucción del aparato burgués del estado, para, en un primer momento, instalar un aparato del estado renovado, proletario, para de este modo, llegar a la aniquilación, en un momento ulterior, del estado mismo.
Haríamos bien en distinguir, por un lado el aparto represivo del estado, el cual asemejado, en cierta medida al Super-yo freudiano, ejerce su poder represor a los agentes sociales, precisamente por medio de las instituciones sociales. Así el aparato represivo del estado, será entonces, desde Althusser en adelante, la instancia que correspondía en la teoría marxista clásica al gobierno, la administración, la policía, el ejército, los tribunales, etc. Por su parte los aparatos ideológicos del estado, son los que además de prohibir-reprimir, es decir explotar la negatividad del poder (en términos foucaultianos), producen conductas interiorizando en el sujeto, ciertas normas y actitudes, que dan cuenta de la aparente inexistencia, de la positividad del poder. Consideramos con Althusser, la existencia de los aparatos ideológicos del estado: religioso, escolar, familiar, jurídico, político, sindical, de información y cultural[8]. No nos detendremos analizando las diferentes naturalezas entre los aparatos represivos del estado y los aparatos ideológicos del estado (los primeros son de dominio público, mientras que los segundos pertenecen, casi en su mayoría, al espectro de lo privado); nos conformaremos, en esta oportunidad, en establecer que la distinción entre público y privado, proviene del derecho burgués avecindado en el estado burgués. Por su parte el estado, se sitúa más allá de lo público y lo privado, ya que éste es condición de toda distinción entre lo público y lo privado.
Anteriormente hemos dicho que el aparato ideológico del estado es positivo (es decir genera actitudes y conductas en los individuos) en comparación con el aparato represivo del estado que sería negativo (sanciona, reprime, las conductas de los sujetos). A esta distinción, deberíamos agregar, el coeficiente de violencia que comportan uno y otro aparato: el aparato represivo del estado inflingue una violencia directa sobre los sujetos de su acción (incluso la violencia administrativa puede ser considerada violencia directa), mientras que el aparato ideológico del estado, esgrime una violencia más sutil, menos directa, pero no por ello menos efectiva (produce y modula modos de comportamiento en los sujetos). Nos referimos acá a la anteriormente mencionada violencia simbólica.
Quisiera referirme ahora, a la arista del aparato ideológico del estado, identificada por Althusser, como aparato ideológico del estado cultural, y específicamente, al componente “arte” de dicho aparato.

Las violencias del arte o atar ocultando el lazo.
El arte, para el pensamiento marxista, es una actividad ubicada al interior de la superestructura. Por esta razón, para el materialismo histórico clásico, la relevancia del arte en la configuración social capitalista, es distinta (quizás menor), en comparación con actividades, como la económica y el trabajo, las que sí tendrían una injerencia directa, tanto en la producción como en la reproducción, de las condiciones de explotación, que caracterizan a la sociedad capitalista. Si recordamos el planteamiento de Louis Althusser, en relación a que la condición básica de aseguramiento de la estructura social, cualquiera que ésta sea, es la reproducción de las condiciones de producción, que reproducen tanto, las fuerzas productivas y las relaciones existentes de producción, nos daremos cuenta de la relevancia que puede adquirir el arte, y en general las producciones llamadas culturales, en el establecimiento y reproducción de los modos de vida imperantes en el orden de lo social. Por esto mismo, nos abocaremos acá a la explicitación de dicha estrategia, al interior de nuestra propia sociedad.
Lejos de suscribir la creencia, al menos en el pequeño espacio que nace en este desarrollo, a la esfera del Arte como el lugar de libertad y libre desarrollo del individuo por antonomasia, consideramos a esta esfera como un campo de producción cultural, a la manera en que Pierre Bourdieu, entiende tal concepto: el campo del arte es relativamente autónomo, con respecto a otros campos de producción sociales como los son el campo jurídico y el campo político, sólo por nombrar algunos[9]. Sin embrago, éste campo autonomizado, está a su vez sometido a la acción, en última instancia, al campo del poder, representado en nuestra conformación política-social, en esa difusa figura, que (re)conocemos como Estado. Así, es desde el Estado, desde donde emana las políticas dirigidas a enmarcar las producciones “in-utiles”, que caen bajo el nombre de producciones de Arte. En el sistema inquisitivo bourdieuano, esta in-utilidad no es tal, más bien en la presentación de ese carácter pretendidamente inofensivo, se erige la verdadera utilidad del Arte: constituirse como elemento que otorga distinción social, a quiénes han adquirido las categorías estéticas para realizar la distinción entre un buen y un mal arte, entre unas satisfacciones fácilmente alcanzables y unas satisfacciones costosas –en la duplicidad social-económica que el propio término admite-, en fin, la distinción entre los que poseen y ejercen sus capacidades adquiridas y los que no habiendo recibido tal formación solo actúan como sustancia de contraste, frente a su antagónico naturalizado. Así, la idea de Arte, entonces, manejada por los ciudadanos conformadores de éste Estado, es generalmente la dispensada por el propio Estado.
Muy pocos estarían de acuerdo en calificar una política cultural del Estado, como violencia que se ejerce a los ciudadanos. Nos veríamos tentados a conceder el estatuto de “obsequio” bondadoso, el hecho de que nuestro gobierno, se preocupe de exponer manifestaciones de Arte al interior de nuestra ciudad. Por un momento, el tan preciado bienestar y desarrollo social, parece equipararse, complementándose con los avances tecnológicos materiales, con el mundo de las “expresiones del alma” concretizadas en la figura del Arte. Pero si aplicamos rigor observante marxista, no tardamos en esclarecer la génesis fantasiosa y mistificadora, de las presunciones que anteriormente hemos observado: La acción de sembrar el arte por la ciudad, con exposiciones gratuitas y al aire libre, la instalación de “obras de arte” en lugares de comprobada concurrencia masiva, emerge como estrategia política del sector dominante; o quizás debiéramos demorarnos un poco más, y considerar el hecho de que dichos actos –de violencia simbólica irradiados por el ejercicio de capital simbólico- van más allá de la mera estrategia política, en cuanto, al no presentarse como evidentemente reconocibles, se encubren en el halo de desinterés que caracteriza el pensamiento y la concepción burguesa que se suele tener respecto del campo del arte; de este modo, a poco andar desmontamos la buena fe que atribuimos a dichos actos, para sindicarlos como lo que son: una violencia que aunque sutil, se erige como (pre)potencia efectiva y servil a la tarea de solidificar la característica sumisión de las relaciones entre sectores antagónicos de la sociedad. Arribamos así, a una nueva transmudación: de la dominación -en su forma de clase dominante por medio del capital económico- a una dominación nueva, (re)potenciada por el paradójico empoderamiento rico en sutilezas, una dominación simbólica, ejercida por los agentes mejor apertrechados de capital simbólico, una acción simbólicamente dominante, que sin embargo, es rastreaba en la facticidad de las propias divisiones sociales de clases. Esta división simbólica entonces, ha adquirido un lugar de acompañamiento de las prácticas políticas de exclusión social-económica-política, lo que no significa que la esfera simbólica sea un mero acompañante, sino que su propia constitución goza hoy en día, de amplia y marcada relevancia, en los análisis sociológico, políticos y culturales, que las distintas áreas de estudio, emprenden como empresas de largo aliento.
La reproducción de las relaciones sociales, la reproducción de las condiciones de desigualdad social, se componen tanto de manipulaciones económicas como de manipulaciones simbólicas. Estos últimos comparecen ante Bourdieu, del mismo modo que el capital compareció ante Marx: como formas naturalizadas, las cuales negando dicho carácter, se esmeran en encubrir la arbitrariedad cultural de las cuales son fruto, ocultando en el acto, el rasgo distintivo que las une al sector de los dominantes en el ámbito de lo social. Si el capital económico se servía de los mecanismos de diferenciación para establecer su dominio, el “capital simbólico utiliza al menos tres mecanismos de acción: conocimiento, comunicación y diferenciación social”[10]. Si la potencia del capital marxiano, instala sus propios procesos productivos mediante la instauración de una violencia directa (económica), el capital bourdieuano (simbólico) es el encargado de reproducir las relaciones sociales que permiten el modo capitalista de producción, todo lo cual acomete su accionar de modo sutil, con una violencia imperceptible pero no inexistente. Nos sería útil recordar, que para Bourdieu, la propia distinción binaria (dominante/dominado) es producto de la acción de los sistemas simbólicos, los cuales presentándose como distinciones naturales, encubren la anti-naturalidad, la arbitrariedad, que ellas mismas reafirman mediante la incorporación a-crítica, que de éstas realizamos. Cabría destacar, que según Bourdieu, la génesis de esta distinción bipolar-binaria (dominante/dominado) surge en la cuna misma de la clase dominante, con lo que cualquier intento de señalar esta dicotómica escisión, estaría condenada a una paradójica tautología expositiva.
El capital simbólico, trae consigo una violencia simbólica, éste concepto a su vez es utilizado por Bourdieu para enfatizar la forma en que los dominados aceptan como legítima su propia condición de dominados. Y así, aunque el poder simbólico, del cual se enviste la violencia simbólica inserta en el capital simbólico, no ejerza su acción con fuerza física, cumple su objetivo de imponer la visión legitima del mundo, precisamente en el momento en que construye ese mundo; así también las capacidades de adaptarse, mantener o elevar el grado de participación, en este mundo creado y presentado como legítimo, son dispendiadas por el propio constructo (que resguarda los privilegios de clase de los dominantes) simbólico. El travestimiento de las condiciones desiguales económico-políticas, se hace patente en la esfera de la ideología althusseriana y la esfera simbólica bourdieuana; desigualdades que contribuyen en la reproducción intergeneracional de unas desigualdades (existencias de clases) que configuran el mundo en el que nos movemos. Con lo anterior, no quiero reducir la esfera simbólica a una simple representación de los segmentos político-económicos de la sociedad, más bien pretendo enfatizar que el aporte a la dominación clasista burguesa, por parte de la violencia-poder simbólico, se da en la especificidad propia de su terreno. Y es aquí en donde la visión marxista clásica se escinde de la propuesta bourdieuana, pues con el sociólogo francés asistimos al real nivel de injerencia, que la superestructura tiene en el modelo de dominación-explotación tardocapitalista.[11]
Hemos conformado así, una visión que contraviene la característica del desinterés, que comúnmente es atribuible al campo cultural, para presentar el interés de dominación (en último término) que subyace a todo campo de producción social. Lo paradójico está constituido por el hecho de que, principalmente el campo de producción cultural, fundamenta su legitimidad “natural” en la ocultación del interés de clase que (pro)mueve y solidifica las relaciones sociales de dominación en la que éstas se insertan.
No es que hayamos desconocidos la importancia del capital económico en el proceso de conformación, tanto de subjetividades como de relaciones interpersonales al alero de la producción tecno-capitalista que domina nuestros días; lo que he tratado de exponer es que esa dominación, necesita con urgencia de una violencia simbólica alojada en el capital simbólico, ambos contribuyentes en la sujeción a unos regímenes político-económicos, basados en la explotación, segregación y desigualdad social.
Del capital económico al capital simbólico, pretendió dar cuenta de un tránsito paradójico, toda vez que señalemos que no es que uno haya tomado el lugar del otro, sino que más bien, uno (capital simbólico) ha emergido gracias al descubrimiento del otro (capital económico), así como también podríamos decir, que es Marx quien posibilita la emergencia de Althusser, Foucault y Bourdieu, en los ámbitos analíticos de las relaciones de poder.
Referencias.
-Althusser, Louis. Ideología y aparatos ideológicos del estado (notas para una investigación).

-Althusser, Louis y Balibar, Etienne. Para leer el Capital. Siglo XXI editores S.A México 1970.

-Bourdieu, Pierre. La distinción. Criterios y Bases sociales del gusto. Grupo Santillana de ediciones, Madrid, 1998.

-Bourdieu, Pierre. Las reglas del Arte, Génesis y estructura del campo literario. Ed. Anagrama, Barcelona 2002.

-Canclini, Néstor García. “La sociología de la cultura de Pierre Bourdieu” en Bourdieu, Pierre Sociología y cultura, Ed. Grijalbo, México, 1990.
- Freud, Sigmund, Obras completas, Vol III CLVIII “El malestar en la Cultura”. Madrid, Biblioteca Nueva, 1981.

-Fernández, Manuel. J. La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bourdieu: una aproximación crítica. Universidad complutense de Madrid. (En línea) http://www.ucm.es/BUCM/revistas/trs/02140314/articulos/CUTS0505110007A.PDF 06 de Junio 2005.Cuadernos de Trabajo Social 2005. (consulta 12/04/07)

-Foucault, Michel. Nietzsche, Freud, Marx. Ed. espíritu Libertario. Santiago, Chile, 2005.

-Hardt, Michael y Negri, Antonio. Imperio, Buenos Aires, PAIDOS, 2003.

-Marx, Carlos, Manuscritos de 1844 Economía política y Filosofía, Buenos Aires, Ed Arandu, 1968.

-Negri, Antonio. Guías: Cinco lecciones en Torno a Imperio. Buenos Aires: Paidós, 2004.

[1] Al terreno al que me refiero es al de la superestructura. El “olvido” señalado, puede deberse a la urgencia del establecimiento de un análisis social centrado en las tareas primarias de producción material: éste es el trabajo y la economía.
[2] Desde esta perspectiva, es Marx quien hace emerger el concepto de capital, con lo que se nos presenta, de una vez y para siempre, esta estructura social-económico-política, a la que hoy apuntamos nuestras observaciones.
[3] Canclini, Néstor García. “La sociología de la cultura de Pierre Bourdieu” en Bourdieu, Pierre Sociología y cultura, Ed. Grijalbo, México, 1990, p 41.


[4] Ver Negri, Antonio. Guías: Cinco lecciones en Torno a Imperio. Buenos Aires: Paidós, 2004.
[5] Fernández, Manuel. J. La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bourdieu: una aproximación crítica. Universidad complutense de Madrid. (En línea) http://www.ucm.es/BUCM/revistas/trs/02140314/articulos/CUTS0505110007A.PDF 06 de Junio 2005.Cuadernos de Trabajo Social 2005. (consulta 12/04/07)
[6] Bourdieu, Pierre. Razones prácticas. Sobre la Teoría de la acción. 2º Edición, Anagrama, Barcelona. 1999. p 172-173.
[7] Planteamos que dichas relaciones sociales reproducidas son las relaciones de la explotación, tanto en su variante de trabajo material como en su variante de trabajo inmaterial. Ver Hardt, Michael y Negri, Antonio. Imperio, Buenos Aires, PAIDOS, 2003.
[8] Ver Althusser, Louis. Ideología y aparatos ideológicos del estado (notas para una investigación).
[9] A este respecto ver, Bourdieu, Pierre. Las reglas del Arte, Génesis y estructura del campo literario. Ed. Anagrama, Barcelona 2002.
[10] Fernández, Manuel. J. La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bourdieu: una aproximación crítica. Universidad complutense de Madrid. (En línea) http://www.ucm.es/BUCM/revistas/trs/02140314/articulos/CUTS0505110007A.PDF 06 de Junio 2005.Cuadernos de Trabajo Social 2005. (consulta 12/04/07)

[11] Ver Hardt, Michael y Negri, Antonio. Imperio, Buenos Aires, PAIDOS, 2003.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

cristóbal Vallejos FABRES.
Si es que mal no recuerdo, una de las preguntas que me formularón en en la sala, guardaba relación con la presunta "mala lectura", que se estaría haciendo respecto a la determinación de situar al arte en la superestructura de la sociedad. Creo, ante esto, no haber sido lo suficientemente claro en mi exposición, ante lo cual no me resta más que ofrecer las disculpas correspondientes. Intentando remediar lo anterior, es que expongo lo que sigue.
Si nos centramos en la introducción de un texto clave para la sociología del arte, como así también para la estética, como lo es "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica" (Benjamin), nos podremos dar cuen ta de la importancia de esta especie de "olvido", en el que han incurrido los análisis marxistas clásicos. Parafraseando a Benjamin, es una especia de des-propósito, restar poder combativo, restar o subvalorar la potencia del arte, en la renovación de la anquilosada estructura social burguesa. Por otra parte, si el propio Benjamin, reconocido y muy valorado pensador marxista, se apoya en observaciones tales, creo estar medianamente encaminado y avalado teóricamente, para enunciar, ímplicitamente, en mi ponencia, que el acercamiento y la concepción que Marx posee del arte, es la propia de la cultura de la cual se nutre, y que finalmente intentar destruir, me refiero a las consideraciones burguesas respecto a las manifestaciones artísticas, las que, solventadas e impulsadas por el desarrollo estético-filosófico kantiano (Critica del juicico) inaugura e instaura (incluso hasta nuestro días), la noción de artista como genio, la noción de que el productor de Arte es un ser "especialmente dotado". No es que este sindicando a Marx como un sujeto no pensante respecto a esto, nada más alejado de mi intención; lo que si quiero recalcar es que el pensamiento, la concepción de Marx, en torno al arte, es la propia de su tiempo, el tiempo en que comenzaba a repotenciarse, definitivamente, la visión esteticista de lo que es el arte. Recordemos que dicha visión, la esteticista-burguesa, nace al tiempo en que el arte pasa a ser Arte (nótese la variación de la inicial de la palabara -en un segundo caso es mayúscula). Lo anterior significa que, con la manifestación que se las debe ver Marx, es la de la esfera de producción (en este caso de imágenes -visualidad en su más amplio rango)de arte, ya completa y absolutamente autonomizada de las relaciones sociales de las que emergue. El Arte (al cual se refiere Marx - en muy pocas ocasiones, y con una visión todavía teñida del romanticismo que inauguró la autonomía del arte-)solo guarda relación con el Arte; el Arte es sólo por el Arte mismo. Precisamente aquello es a lo que me refería cuando enuncie que, los análisis materialistas clásicos, enfocaban al Arte en la superestructura, restándole el potencial reformulador social, que dichas prácticas contienen en sí mismas (no hay producción -incluída la simbólica- que no incida, proviniendo de ésta- en la sociedad misma).
Pra terminar creo pertinente apuntar un sólo ejemplo más: en "la época de la imagen del Mundo", Heidegger enumera cinco factores que marcan y/o determinan el ingreso de la humanidad en la modernidad, allí, el tercer momento o fenómeno (como lo denomina Heidegger) es el ingreso del Arte en el horizonte de la estética ( y ojo que lo instala como un fenómeno de igual rango que el avance de la técnica y la ciencia, por ejemplo); pues bien, es a esa visión de arte (de la cual el pensador Heidegger se intenta desembarazar en "el origen de la obra de arte") es a la que me refería cuando la situe en la superestructura, cuestión que, a mi modo de ver (o de leer), constituye un desapercibimiento en la que incurre el propio Marx y los continuadores (clásicos-ortodoxos) de su pensamiento.
De todos modos, sujetos de conocieminto, tan potentes como Foucault, Bourdieu, Althusser, y creo pertinente agregar a García Canclini, se han encargado de evidenciar, la importancia de la esfera simbólica en la conformación social.

Esperando haber aclarado la duda, o respondido la regunta del compañero del auditorio (que se retiro antes de terminar la reunión) satisfactoriamente, me despido. Cristóbal Vallejos.

Anónimo dijo...

Hola Cristobal, me pareció muy interesante tu ponencia, he leído poco a Bordieu por lo que me gustaría que me recomendaras algunos libros suyos ya que hay algunas cosas que tú planteas que yo no entiendo.
podrías contestar aquí o en mi mail:
impulsos29@hotmail.com
Gracias!!

Mabel